¿Cómo puede una persona dominar a otra hasta hacerla trabajar sin sueldo durante siete años y convencerla de dar en adopción a su hijo de 2 años?
¿Por qué la víctima no salió con sus otros hijos del lugar donde los tres eran explotados? ¿Por qué no buscó ayuda hasta que terminó en la sala de urgencias de un hospital?
Estas son preguntas que miembros de la comunidad se hacen tras enterarse de la historia de "M", una inmigrante mexicana que presuntamente estuvo retenida en una casa en Garland junto con sus dos hijos por cuatro miembros de una familia, tres de los cuales fueron condenados bajo cargos de tráfico humano a fines de febrero.
"La principal traba es el miedo", dice la psicóloga Ana Rosa Morales, directora de la clínica Famisalud Natural en Dallas. "Algunas gentes saben cómo explotar ese miedo".
M, a quien Al Día no identifica por ser inmigrante indocumentada, no estaba atada ni encerrada en la casa.
La cadena de su captora, de acuerdo a las autoridades del condado de Dallas, era la amenaza de deportación.
La dueña de la casa y presunta líder de sus victimarios, Josefina Carleton, se valía de amenazas para hacer a M limpiar casas y edificios de oficinas, remosar jardines e incluso hacer labores de construcción sin recibir paga durante siete años, según las autoridades.
Presuntamente Carleton le decía que la acusaría de robo y que la deportaría, con lo cual no volvería a ver a sus hijos.
"Los abusadores saben cuales son las debilidades de sus víctimas y se meten en su cabeza", dijo Debra Bowles, directora ejecutiva de Women Called Moses Coalition and Outreach, Inc., una organización de Dallas que ayuda a las mujeres golpeadas y a sus hijos.
El dominio psicológico eventualmente se extendió a los hijos de M, un niño con discapacidad de aprendizaje que a los 12 años fue puesto a trabajar limpiando oficinas en el negocio de la familia, y una niña que no iba a la escuela porque tenía que cuidar al nieto de Carleton, según documentos del caso.
Inmigrantes en peligro
Si M no buscó ayuda bajo semejantes circunstancias probablemente fue porque no sabía a quién pedírsela o a dónde acudir, según algunos defensores de los inmigrantes. También había una barrera del idioma.
"Hay gente que se aprovecha (de los inmigrantes)", dijo Antonio Herrera, activista que aboga por jornaleros que trabajan en Irving.
Dice que con frecuencia recibe quejas de inmigrantes que no reciben un pago por su trabajo.
"Son seres humanos y se les tiene que hacer justicia", dijo.
Bowles afirma que los victimarios a veces subyugan a sus víctimas, sobre todo si la víctima es una inmigrante que no conoce sus derechos.
"Primero se meten en la mente de la víctima y luego los hacen cooperar", explica Bowles.
Carleton en el 2003 le ofreció a M un lugar donde quedarse con sus tres hijos cuando no tenía a dónde ir.
Se suponía que pagaría la renta y otros gastos con trabajos ocasionales sin remuneración, pero las cosas fueron saliendo de control. El dominio total que presuntamente Carleton ejercía se convirtió en una forma de vida para M.
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