Cuando las fuerzas armadas celebraban el desfile del Día de Independencia en septiembre, el Zócalo de la Ciudad de México se llenó de espectadores que ovacionaban a sus soldados.
En Washington, funcionarios de Estados Unidos también estaban atentos. Pero el centro de su enfoque era el hombre que encabezaba el desfile, el general Moisés García Ochoa, que por tradición pasa a ser el próximo secretario de la Defensa.
El gobierno de Obama tenía muchas reservas sobre el general, por la sospecha de la Administración Antinarcóticos (DEA) de que tenía vínculos con narcotraficantes y la aprehensión del Pentágono por que había hecho un mal uso de suministros militares y obtenido ganancias de multimillonarios contratos de defensa.
En días previos a la toma de protesta del nuevo presidente de México el 1 de diciembre, el embajador de Estados Unidos en México, Anthony Wayne, se entrevistó con allegados del presidente Enrique Peña Nieto para expresarle su alarma por el posible ascenso del general.
Dicha comunicación por canales extraoficiales da un raro vistazo de la profunda intervención del gobierno estadounidense en los asuntos de seguridad mexicanos, especialmente mientras Washington evalúa a Peña Nieto, que lleva dos meses de su sexenio. La intervención en la selección del gabinete mexicano también pone en relieve las tensiones y la desconfianza entre los gobiernos no obstante las proclamaciones públicas de cooperación y amistad.
"Cuando se trata de México, uno tiene que aceptar que va a bailar con el diablo", dijo un ex oficial de la DEA que pidió el anonimato porque trabaja en el sector privado en México. "Uno no puede guardar sus cartas e irse a casa porque no encuentra alguien en quien confiar plenamente. Tiene que jugar con las cartas que tiene".
Un ex agente de inteligencia mexicano expresó recelos similares hacia los oficiales estadounidenses. "La principal queja del lado mexicano es que la relación con Estados Unidos es desigual y desequilibrada", dijo el agente, quien, como otros entrevistados para esta nota, pidió anonimato para hablar de la relación diplomática y de seguridad. "Por eso hay mucho resentimiento".
Las sospechas de Washington sobre el general García Ochoa --que varios funcionarios advirtieron no estaban confirmadas-- ocurren cuando ambos gobiernos buscan nuevas formas de contener los flujos ilegales de drogas, armas y dinero.
Personas que conocen al general dijeron quedar asombrados de su franca evaluación de la lucha contra el narco. Habló abiertamente de la corrupción en el gobierno, un tema considerado tabú; y al menos en dos ocasiones en el último año y medio, refieren amigos del general, viajó en secreto a San Antonio para entrevistarse con oficiales de inteligencia de Estados Unidos --no se sentía seguro de entrevistarse en México, dicen-- , y dio los nombres de funcionarios militares y civiles que él sospechaba protegían a los narco.
"Estaba genuinamente preocupado por que la corrupción le estaba acarreando mala fama a las fuerzas armadas, y que si no se hacía nada al respecto, podría dañar las relaciones con Estados Unidos", dijo una persona enterada de las reuniones.
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