En la biblioteca de la escuela primaria Macon definitivamente no hay silencio.
Niños y niñas platican animadamente mientras buscan un buen libro. Leen en voz alta historias de camareras que luchan contra el crimen y gatos que tocan la guitarra.
Entonces Mary Bilbrey, la bibliotecaria, anuncia los "Lectores Dinamita" de la semana, aquellos que leyeron al menos cuatro libros.
"Felicidades, se aventaron muchachos", dijo Bilbrey. Vuelve a su escritorio y a la fila de niños esperando registrar libros para llevar.
Los alumnos de la primaria Macon consumen libros como ninguna otra escuela del distrito escolar de Dallas. Han sacado 55,000 libros en lo que va de este año escolar, lo que equivale a casi 100 por alumno.
La escuela tiene 566 alumnos. El estudiantado es 93% hispano.
Bilbrey, de 56 años, dedica su energía y miles de dólares de su propio dinero a hacer de la lectura algo agradable.
Es parte de la cultura de esta escuela de Pleasant Grove, donde la mayoría de los niños están aprendiendo inglés y casi todos vienen de familias pobres.
Los niños escogen libros según el grado que cursan; después toman un breve examen en la computadora por cada libro para corroborar que entendieron lo que leyeron. Las calificaciones aprobatorias se convierten en puntos, y los puntos en premios.
Los cuadernos de espiral valen 10 puntos, y las cajas de crayones, 40. Los juegos, rompecabezas y animales de peluche valen de 50 puntos para arriba.
Cada seis semanas Bilbrey lleva a los mejores lectores a una fiesta de pizza, y además adquieren categoría VIP, que les da derecho a escoger libros primero para llevar a casa.
Bilbrey lleva un reporte los fines de semana para medir el progreso de los niños, y hasta hizo unas banderas que cuelga en los salones que leen más una semana dada.
"¿Ha oido hablar de apasionarse por algo? Esta es mi pasión", dijo Bilbrey.
Premios por leer
A la misma Bilbrey no le gustaban los libros cuando estaba creciendo en Santa Anna, un poblado rural en el centro de Texas. Se le dificultaba leer debido a un problema ocular.
Aprendió a escuchar atentamente en clase. Bilbrey tenía 19 años cuando un doctor por fin diagnosticó el problema y le recetó lentes prismáticos.
Hace 15 años su hija le dijo que quería ser bibliotecaria, y Bilbrey decidió intentarlo ella también.
Obtuvo una maestría en ciencias bibliotecarias y de la información por la Universidad del Norte de Texas.
Cuando Bilbrey llegó a Macon hace 12 años, oía a los niños quejarse: "¿Para qué tenemos que llevar libros?".
Bilbrey recordó su propia escuela primaria. La directora premiaba a los niños que tenían buena asistencia con fiestas de palomitas o de nieve. ¿Por qué no intentar algo similar?
Fue así que lanzó un programa de incentivos en Macon aplicando un modelo creado por una organización sin fines de lucro en Dallas llamada Earning by Learning.
Un estudio de la Universidad de Harvard en 2010 encontró que el método funciona. En ese estudio, alumnos de 23 escuelas de Dallas recibieron $2 por cada prueba de lectura que pasaran.
Esos niños demostraron una aptitud para la lectura notablemente mayor que los niños que no recibieron dinero.
Lo más importante es que ese provecho persistió un año despuésde que habían desaparecido los incentivos de dinero. Los alumnos valoraban la lectura por sí misma.
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